Si tienes curiosidad por saber que paso con la gata
vieja de la secretaria, yo también. Según la escuche
hablar hace tiempo, era tan vieja y decrépita que con trabajos se podía mover,
además se quedó ciega. En esas condiciones es casi imposible saber cuando un
gato se enferma. Pero ella que la conoce de toda la vida (la de la gata)
asegura que llevaba más de una semana enferma, sin comer, y sin poder subirse
sola a la cama, el brinco le quedaba corto. Pronto, parecía ya solo un montón de huesos envueltos en la piel,
pesaba apenas un poco más de una libra, y poco menos de medio kilo,
¡imagínate!.
Era una gata ceniza con manchas blancas o viceversa,
un lunar un poco más oscuro en la oreja izquierda, debe haber tenido los ojos
azules, el pelambre largo para disimular los ijares hundidos y los huesos
saltones. Jenny, la secretaria, no tuvo que describirla para hacer de ella un fantasma de esta página. Y le puse nombre a su fantasma, le llamé Bora. El otro día la vi echadita junto a la barda. ¿Habrá sido enterrada?
Beatriz
Osornio Morales