La mecánica de las muñecas
... Inclusive pensaba
salir a navegar esta tarde, con solo un barco de papel en el bolsillo y unas
cuantas palabras desaliñadas al reverso de la vela, pero sonó el timbre de la
puerta y aunque tuve la corazonada de no abrir, me invadió una sensación de culpa y responsabilidad, como la que padecen algunos cristianos por la
muerte del Redentor, era la niña que vive en la casa de enfrente, traía consigo
una muñeca descabezada.
-dice mi mamá que si
podría arreglar a Tatiana- se apresuró a decir la niña sin siquiera saludar.
La tarde en el río
debía ir ya rumbo al naufragio, bajo el follaje de los árboles cubiertos por la
luz del atardecer, las sombras expandiéndose en todas direcciones al grado de
eclipsarse unas con otras jugarían a ser la noche. El otoño tardío es así, la
noche no se hace esperar.
-Supongo que Tatiana
es esta señorita de ojos verdes- respondí al tomar la muñeca y la cabeza que la niña me extendió, una en
cada mano, mientras me miraba a la cara
con una sonrisa expectante.
-Sí, yo misma le puse
el nombre-
-ah! es lindo- dije
- Mi abuelita era rusa
¿sabe?- increpo la chica un tanto orgullosa de su lógica respecto a nombres- y como Tatiana fue un regalo de mi
abuela antes de morir, supuse que a la muñeca le gustaría llamarse de tal forma
que se le relacionara con Rusia…después de todo también ella es rusa- continuó
diciendo la niña.
-Ya veo.
-¿No le parece que tiene
sentido?
-Absolutamente…pero
dime, ¿cuántos años tienes tú?
-Ya cumplí ocho- dijo
esta despejándose de la cara un mechón
de cabello rojizo que se le había escapado de la trenza, tejida al centro de la cabeza en forma de
gajos alineados.
-Veré qué puedo hacer
por Tatiana.
-¿Puedo venir mañana?
es que duermo con ella…y tengo que peinarla todos los días, mi abuela decía que
en Rusia, las niñas aprenden el cuidado de los otros por medio de las muñecas…aquí
solo jugamos con ellas, pero… -Yo miraba con curiosidad- verá usted, si no puedo cuidar una muñeca no seré capaz de
cuidar a nadie- continuó diciendo la niña,
consternada.
-Es mucha
responsabilidad para una pequeña- sugerí
en mi mente -pero me temo que esa es la realidad, no sólo en Rusia, el
instinto maternal de las mujeres se explota desde los primeros años. En una
cosa tiene razón la niña, aquí solo juegan con las muñecas… y cada vez se
reparan menos, las muñecas y otros juguetes se desechan en cuanto algo falla o
se rompe.
-¿Cómo te llamas?
-Sonia! -respondió la
pequeña con una mueca vivaz.
-Claro, Sonia,
puedes venir mañana, no te aseguro que este lista porque tengo otras
muñecas que arreglar, pero al menos
puedes peinarla ¿te parece?
-Bueno, hasta mañana-
se despidió Sonia tranquilizada por la
posibilidad de visitar a Tatiana, de
igual manera que se visita un enfermo en el hospital. En seguida, dio vuelta para bajar el escalón del portal.
Yo la observe cruzar
el patio y la calle de enfrente, como se
miraría el barco de papel alejarse en la corriente de un río tranquilo, pero invencible, pensando a la vez en las muñecas rotas que me aguardaban en el ático.
Cada una con su nombre e historia personal, aunque esta última imaginada,
conjeturada por las lesiones, y una que
otra recomendación de las dueñas. Los
detalles específicos, nunca los he querido saber. Razones personales, re huyo a
la literalidad, de otro modo no estaría
en este negocio, las muñecas me salvan del naufragio.
Beatriz Osornio Morales.