sábado, 10 de agosto de 2013

Alegría dominical



Me encuentro terriblemente capaz de disfrutar el domingo en la mañana. Como nunca percibo cada uno de sus sonidos. Su lánguida música  se comunica con una melancolía azul en mi pulmón derecho, en mi opinión eso es un buen augurio.

Dulces suenan los acordes de luz en una guitarra que debe ser negra, es la voz de Rod Stwart, el viejo Rod.

Una multitud de palabras se despiertan con cada acorde, y esperan en un lugar inmediato de mi diafragma a que termine de limpiar, ordenar, pulir,  y sujetar las agujetas a los zapatos de Markos, mientras tanto, todo lo que percibo es alma. Alma robada lo que veo, lo que toco, alma el zapato y la esponja que limpia, alma el jugo de la piña rebanada, alma extraña además de la mía la del armario lustrado.

Me hace ilusión descubrir que hay otra realidad mostrándose lívida en las cosas más insignificantes.
Como decir: “No quiero hablar de eso” Rod, ya lo has dicho, viejo lobo romántico a quien le duelen las caricias que canta.

El sol  hace rato que salió y está cerca del centro del cielo. Bandadas de aves regresan con la primavera de alguna parte en el sur, por la ventana veo que se posan en los cables de electricidad. Me pregunto si aquí acaba su travesía, contra unos muros grises de concreto.

He terminado de limpiar y me disponía a copiar las palabras surgidas de la música, las ideas maravillosas que se me ocurrieron mientras escuchaba a Rod Stwart, pero estas impacientes ninfas se marcharon sin aviso, dejando un halo de polvo en mi mente como única huella. ¿A dónde habré de seguirlas?

Ante la imposibilidad de ofrecer un concierto, me temo que vamos a quedarnos con solo  el alma de las cosas que se perciben en su momento. Después de todo es domingo.



Beatriz Osornio Morales.imagen de la red.

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