EXCUSAS DE LA RAZON
Tantas situaciones particulares y yo me encuentro
lapidando el embrollo de preguntas y encrucijadas, propias y ajenas.
Ahora que en México se ha puesto de moda escribir del
narcotráfico, o más bien, de los carteles, la guerra y sus secuelas,
muchos nos preguntamos ¿Para qué
escribir, detendrá eso la brutalidad de los sicarios, o arrimará leña al fuego
de la inseguridad?
Para entender, dicen. Pero entender una realidad no
siempre cambia algo.
Así que entender es, si acaso, una parte del proceso
de cambio, pero es necesaria una acción para efectivamente iniciar el cambio. Es
por la acción que el individuo realmente influye en la realidad de su entorno.
Ocasionalmente, he sentido que la palabra tiene un
poder parecido al de una acción. Con palabras pueden hacerse saber las
emociones y los pensamientos de los individuos de un país, también pueden
hacerse y establecer reformas en la
Constitución. Y es por medio de palabras que llegamos a entender y a razonar la
realidad individual y común.
Otras veces, como hoy, que ya nos parece normal ver en
las noticias y en los diarios, todos los
días reportajes a cerca de levantones, secuestros, mutilaciones y asesinatos a lo largo de todo
el país, siento que la palabra se
debilita y es ineficaz ante una realidad mezquina que sobreviene por encima de
todo razonamiento. Y es entonces que nos preguntamos ¿Qué es la palabra? ¿Para
qué hablar, escribir, pensar, entender, razonar, porqué todo? ¿Dónde está el
poder de la palabra? ¿La fuerza de la
violencia “legal” funcionará? No está funcionando. Así, las palabras ya no sirven más que para
entretener el tiempo, su poder de acción se descubre limitado, la palabra de
hoy paraliza. Se quiere gritar y la
palabra está débil, no se sabe con qué alimentarla para recobrar su fuerza. Y
yo, sin embargo, me aferro a ella, como un naufrago en altamar se aferra a
cualquier objeto sólido, a su recuerdo, y a su sueño de volver a pisar tierra
firme.
De pronto, a mi voz debilitada, se unen otras voces,
ininteligibles todavía, pero ya nos alcanza su ruido, ya se adivina su fuego
interno.
En medio de la
tempestad, el naufrago vislumbra un
montículo a lo lejos. Su rostro irradia de felicidad, sus ojos se inundan y
grita: ¡Tierra, Tierra, Tierra! Por ese grito, cualquier excusa es válida.