lunes, 23 de julio de 2012


Gente sin fe y aviones caídos


imagen tomada de la red

Cuando era niña comprendí muchas cosas del mundo (inmenso al punto de no caber en la mirada) cosas lejanas como lo de los masones, y los aviones caídos, y a la vez cercanas por los medios por los que las aprendí.

Aprendí que los masones eran gente sin fe, y por su falta de fe sospecho que me hice yo de la mía. Nunca conocí un masón en persona, aunque mi hermano y yo llegásemos a personificarlos, cuando por las poderosísimas razones de los niños, mostrábamos poco interés y tedio en las cuestiones de la iglesia: “No sean masones” solía decir mi madre. Lo cierto es que no recuerdo tener duda sobre lo que era un masón. Ahora las tengo, y  graves.

No creo que sean gente sin fe (del modo que la conozco). Cerca de aquí he visto un templo masón. A un templo sólo se puede asistir por fe. No sé bien de qué tipo, pero fe al fin. ¿Qué sentido tendría erigir templos sin fe?

Así es como hace muchos ayeres supe lo que hoy descubro y trato de comprender; la existencia de los masones. Un día de estos iré al templo.

De la mano de mi padre,  a mis cinco años aprendí que a veces los aviones se caen del cielo.

Aquel día mi padre llevaba su chamarra azul claro, había ido a recogerme al hospital de Tolúca, donde pase cuarenta días, luchando contra  una enfermedad mortal. Lo peor había pasado y yo estaba feliz de ponerme el vestidito rosa que mandó mi madre, tenía botones atrás (estilo batita), un par de calcetines largos azul marino que combinaban con las flores bordadas en el vestido. No recuerdo los zapatos ni cómo llegamos hasta ese tramo de la carretera donde había dos aviones caídos. Supe que estaban abandonados porque note, mientras corría bajo las alas, que tenían grietas en la pintura. Parecían gigantes de un mundo muy antiguo.

Había sol y el viento soplaba arremolinándose a ratos, en un torbellino que arrastraba polvo y un papel arrugado. Yo corría tras el papel.

Quizá esperásemos a que pasara un autobús. Mi padre no habla de eso y yo, nunca le he preguntado.



Beatriz Osornio Morales

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